Felipe II es uno de los reyes españoles que más meditó las diferentes decisiones que tuvo que tomar a lo largo de su reinado. No es de extrañar, por tanto, que haya pasado a la historia conocido como el Rey Prudente. Sin embargo, el monarca que cerró el período de los Austrias Mayores no solo reflexionaba las grandes cuestiones de Estado, sino también las que formaban parte de su esfera privada, personal y familiar. Uno de los ejemplos más sorprendentes lo encontramos precisamente con la reunión fúnebre familiar que organizó en 1574 en el Monasterio de El Escorial, que en aquel momento aún estaba en proceso de construcción.
A través de diversas cartas e instrucciones que afortunadamente han llegado hasta nuestros días, Felipe II planificó durante meses el traslado de los restos mortales de sus familiares para darles sepultura definitiva en su panteón de El Escorial. Desde cómo debían ser las honras fúnebres hasta la posición protocolaria de cada participante, midió hasta el último detalle. Y es que mientras que su padre había muerto y sido enterrado en el Monasterio de Yuste, su madre descansaba en la Capilla Real de Granada y los cuerpos de sus tías estaban repartidos por diversos puntos de Las Españas. Por ello, al avanzar la construcción del portentoso monasterio de la Sierra de Guadarrama, el Rey Prudente decidió que había llegado la hora de reunir para la eternidad a su familia.
El Escorial, arte fúnebre al servicio del poder real
La construcción del Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial no solo fue el capricho personal de Felipe II, su Rey fundador, sino también un instrumento más que se puso al servicio del poder de la Corona española. Desde un punto de vista político, este portentoso monumento, considerado por muchos como la Octava Maravilla del Mundo, nos recuerda para la eternidad la rotunda victoria del ejército de Las Españas sobre las tropas francesas el 10 de febrero de 1557 en la Batalla de San Quintín. Con esta victoria, Felipe II dio paso a su recién estrenado reinado por todo lo alto, pero El Escorial es mucho más que la conmemoración de este logro militar.

Desde un punto de vista simbólico, El Escorial es la culminación de la Monarquía Hispánica, tanto material como espiritualmente. Después de siglos en el que los diferentes reinos que componían Las Españas desde los albores de la Edad Media habían ido construyendo sus propias criptas reales, Felipe II cogió el testigo de las últimas voluntades de su padre, el Emperador Carlos V, y proyectó el destino definitivo y para la eternidad de la realeza española. No solo fundaba un panteón, sino que reflejaba con él el poder y la unión de la nueva Corona española; en definitiva, el arte funerario se puso al servicio de la centralización de los reinos españoles.
En un primer momento, se había pensado utilizar la Catedral de Granada como panteón para los Austrias españoles, algo que se puede apreciar al contemplar la forma del altar mayor del templo. De hecho, conforme los familiares de Carlos I iban falleciendo, como su esposa Isabel, sus cuerpos eran traslados a la Capilla Real funeraria construida por los Reyes Católicos. Sin embargo, pronto el Emperador se percató que unir su eternidad a la de sus abuelos, que habían designado Granada como lugar de enterramiento por la trascendencia que tuvo para su reinado, significaría estar siempre a la sombra de los Trastámara. Por tanto, necesitaban encontrar un lugar para perpetuar por los siglos de los siglos a la nueva dinastía de la naciente Corona de Las Españas, y ese lugar fue El Escorial de Felipe II.

El Panteón Real de El Escorial, tal y como lo contemplamos en la actualidad, no es el mismo que se diseñó en tiempos de Felipe II. La primitiva cripta sepulcral estaba situada en una bóveda debajo del altar mayor de la Basílica. Este espacio hoy en día permanece cerrado y sin la utilidad que en su momento tuvo. Reinando Felipe III se decidió dar forma al actual panteón barroco que conocemos, finalizado en tiempos de Felipe IV. 26 nichos con sus respectivos sarcófagos de mármol contienen los restos de casi todos los monarcas de España desde Carlos I hasta los Condes de Barcelona, Juan de Borbón y María de las Mercedes, del siglo XVI al XXI. Con ellos, el panteón se completó. ¿Qué pasará en el futuro? El tiempo nos lo dirá.
El traslado de los cuerpos reales en 1574
Para Felipe II, El Escorial no solo tenía que ser un monasterio, sino la Jerusalén terrenal. Restos de santos y beatos poblaron las estancias del cenobio para tratar de acercarle al mismísimo Dios, pero las mayores reliquias que atesoró el Rey Prudente fueron las de sus familiares difuntos. Un emperador, reinas, príncipes o infantes compartían la sangre azul que corría por sus venas y que les permitía, por la gracia del Altísimo, sentarse en tronos y ceñirse coronas para regir los reinos terrenales. Reuniendo a su estirpe, dispersa por los diferentes e históricos reinos españoles, Felipe II legitimaba y consolidaba el derecho de los Austrias para gobernar Las Españas.

Las obras del Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial comenzaron en 1562. Seis años más tarde, su fundador barajó ya la intención de llevar a cabo el traslado de los cuerpos reales de parte de sus difuntos familiares al cenobio, todavía en pleno período de construcción. Desde Granada, debían ser trasladados los cuerpos de su madre, la Emperatriz Isabel, su primera esposa, la Princesa María Manuela de Portugal, y sus dos hermanos, los infantes Fernando y Juan, muertos prematuramente; desde Mérida, el cuerpo de su tía Leonor, quien fue Reina de Francia; desde Yuste, los restos de su padre, el Emperador Carlos V; procedentes de Madrid, los cuerpos de su tercera esposa, Isabel de Valois, y de su primogénito, el Príncipe Carlos; desde Valladolid, los de su tía, la Reina María de Hungría, y desde Tordesillas los de su abuela, la Reina Juana I de Castilla, que proseguirían hasta Granada.

Sin embargo, dicho deseo de reunir los restos mortales de sus familiares en El Escorial se demoró y no llegó a materializarse hasta 1573-1574. Para el Rey Prudente, que se había enfrentado a enemigos en guerras y a numerosas disputas internacionales, esta operación fue, sin embargo, una de las más complicadas de toda su vida. «Deseo mucho ver acabado este negocio, porque en mi vida traté negocio tan pesado ni trabajoso como este, por ser tan ajeno de todos los otros«, reconocía el propio monarca en una carta fechada el 21 de enero de 1574 conservada en el archivo de la Real Chancillería de Valladolid.
Un ceremonial fúnebre para la posteridad
Felipe II se encargó personalmente de preparar y dictar el protocolo que debía seguirse tanto en los traslados de los cuerpos reales a El Escorial, como el recibimiento que debía darse a los mismos al llegar al monasterio que en aquel entonces aún estaba en proceso de ser construido. Para ello, solicitó a la Real Chancillería de Granada los antecedentes sobre el ceremonial que se había seguido en el traslado de los restos de sus bisabuelos, los Reyes Católicos, o su madre, la Emperatriz Isabel, a la Capilla Real de la ciudad.

Con toda la información que recabó, el Rey Felipe elaboró las instrucciones para proceder a los traslados. Enviaba carta al prior del Monasterio de San Lorenzo, así como a las autoridades civiles y eclesiásticas de las ciudades desde donde debían partir los cortejos fúnebres. Gracias a todas ellas, sabemos que indicó minuciosamente la forma en que debían trasladarse los féretros, las personas que debían acompañarlos, el orden de las mismas, el número de pajes y demás personal que debía acompañarlas y, por ser preciso, hasta la cantidad de hachas de cera que debían emplear. Además, todo este protocolo establecido por el Rey Prudente sirvió de base para los grandes ceremoniales fúnebres de la Corona española en los siglos venideros.
Cuando el cortejo fúnebre llegaba a El Escorial, debía dirigirse a la Lonja del monasterio, delante de la puerta de la cocina. Allí, se debía haber levantado un estrado, donde eran recibidos con honores, como si de auténticas reliquias se tratase. Tras ello, se llevarían a la Iglesia Vieja o de Prestado; como curiosidad, este espacio había servido en un primer momento como dormitorio del Rey y se había habilitado como iglesia del monasterio en tanto en cuanto finalizaban las obras de la Basílica. En ella, se les rezaban misas y responsos durante días, antes del traslado a la cripta sepulcral situada debajo del altar de la dicha iglesia vieja.

Sin embargo, la estancia en la cripta de la Iglesia de Prestado era provisional, en tanto finalizaban las obras de la Basílica. Debajo del altar mayor de la misma, se había establecido el panteón familiar de Felipe II, de tal forma que el Emperador Carlos V descansaría exactamente debajo de donde el sacerdote decía misa, como él mismo había dispuesto en testamento. A este espacio se trasladaron el 18 de octubre de 1587. Sin embargo, no sería el definitivo. Reinando Felipe IV se inauguró el Panteón de Reyes de estilo barroco que había mandado establecer Felipe III en una capilla octogonal situada todavía más en las profundidades, desplazada respecto del altar. Allí se trasladaron los cuerpos de la familia del Rey Prudente en 1654, siendo, ya sí que sí, un traslado definitivo, ya que es donde permanecen en la actualidad.
Traslado de Isabel de Valois y el Príncipe Carlos
Antes de producirse los grandes traslados de 1574 a los que hemos hecho referencia a lo largo de todo el artículo, Felipe II parece que llevó a cabo un pequeño ensayo con la traslación de los cuerpos de su tercera esposa, la Reina Isabel de Valois, y su primogénito, el Príncipe Carlos. Ambos yacían en Madrid; mientras que ella había sido enterrada en el Convento de las Descalzas Reales tras su fallecimiento en 1568, su hijo, muerto también aquel año, fue sepultado en el Convento de Santo Domingo el Real. El cortejo se trasladó de la villa hasta El Escorial, llegando el 7 de junio de 1573. Casualmente, a finales de aquel año murió en el monasterio la Princesa Juana de Austria, hermana del Rey Prudente, iniciando a la inversa su traslado fúnebre a las Descalzas Reales, convento fundado por ella misma.

Los Obispos de Salamanca y Zamora, los Duques de Arcos y de Escalona, empleados de la Casa Real o soldados son algunas de las personas que Felipe II dispuso que acompañasen a los ataúdes hasta El Escorial, ordenando que fueran colocados en la cripta de la Iglesia de Prestado, tal y como ya hemos comentado. Dentro de cada una de las cajas se incluyó un documento con la identidad del personaje, sus datos de nacimiento, fallecimiento y otras notas biográficas.
Traslado de los cuerpos de la familia imperial
El 29 de diciembre de 1573, partieron desde Granada los féretros de la Emperatriz Isabel de Portugal, la Princesa María Manuela y el de los Infantes Fernando y Juan. El Obispo de Jaén y el Duque de Alcalá de los Gazules eran los máximos responsables de la custodia de los cuerpos y su traslado al Monasterio de El Escorial; una vez allí, fueron también los encargados de regresar a Granada, esta vez con el cuerpo de la Reina Juana para darle sepultura en la Capilla Real junto a su esposo y sus padres.

La comitiva que partió de Granada, tal y como ordenó el propio Felipe II, debía dirigirse a Torrijos (Toledo). Durante el tiempo que permanecieron en la localidad, se depositaron en la capilla mayor del Monasterio de San Francisco, que actualmente forma parte del patrimonio desaparecido y guardaba grandes similitudes con el de San Juan de los Reyes, en Toledo. Parte de la comitiva partió desde Torrijos a Yuste, donde debían recoger los cuerpos del Emperador y su hermana, la Reina de Francia, para unirse a los del cortejo de Granada que aguardaba en las inmediaciones de Toledo.
El 15 de enero de 1574 habían sido exhumados en Mérida los restos de Leonor de Austria, enterrados en la Catedral de Santa María la Mayor, siendo trasladados hasta el Monasterio de Yuste. Allí, el Emperador Carlos V se despidió para siempre del lugar en que disfrutó sus últimos días y en el que falleció, emprendiendo junto a su hermana un último viaje. Tras reencontrarse con su esposa nuevamente en Torrijos, la familia imperial prosiguió el camino hasta el Monasterio de San Lorenzo. El 4 de febrero de 1574, el cortejo llegó a su última morada, El Escorial.
Traslado de Juana I de Castilla y María de Hungría
El 27 de enero de 1574, los restos mortales de la Reina María de Hungría abandonaron la iglesia del Real Monasterio de San Benito, en Valladolid, después de grandes y solemnes actos fúnebres. Felipe II había dispuesto todo al detalle, habiendo enviado hasta un dibujo de cómo debía disponerse la organización en el templo para las honras en honor de su tía. Tras hacer noche en Simancas, llegaron el día 28 de enero a Tordesillas, concretamente al Real Monasterio de Santa Clara. En la capilla lateral de su iglesia, estaba sepultada desde 1555 la Reina Juana I de Castilla, cuyo cuerpo también fue exhumado para incorporarse al cortejo fúnebre.

En Tordesillas, las honras por las dos reinas se celebraron hasta el día 30 de enero, momento en el que la Reina Juana abandonó para siempre la villa en cuyo desaparecido Palacio Real estuvo cuatro décadas recluida. Tras varios días de marcha haciendo frente al arduo y frío invierno castellano, el cortejo fúnebre llegó al Monasterio de San Lorenzo el día 7 de febrero. Sin embargo, el recibimiento en la Lonja no pudo llevarse a cabo, puesto que un terrible temporal provocó la destrucción del túmulo preparado. Por ello, la Reina de Hungría fue conducida a la Iglesia de Prestado, mientras que la Reina Juana prosiguió el camino hasta la Capilla Real de Granada, encabezando la marcha el Obispo de Jaén y el Duque de Alcalá de los Gazules. Con ello, se ponía fin a este conjunto de traslados fúnebres que supusieron un negocio pesado y trabajoso para Felipe II.

Como hemos visto, Las Españas asistieron entre 1573 y 1574 al cortejo fúnebre más importante y sobrecogedor de toda su historia. Por obra y gracia de Felipe II, la exhumación de cadáveres de varios de sus familiares y su posterior traslado al Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial fue uno de los elementos clave para dar sentido a su magna obra, que no deja de ser reflejo del poder real y, ante todo, de la grandeza de la Monarquía Hispánica regida por la nueva dinastía de los Austrias, a la que después sucedería la de los Borbones.
Reuniendo a toda su estirpe, el Rey Prudente legitimaba su reinado y reforzaba la nueva era de la Corona española, alejada ya de los tiempos medievales. Mientras que los Habsburgo tomaron posesión de El Escorial, la última Trastámara que se sentó en el trono prosiguió el camino hasta la Capilla Real de Granada. La Reina Juana es la llave con la que se abrió el reinado de los Austrias, pero, ante todo, fue, es y será siempre la primera monarca que se ciñó por primera vez la corona de todos los reinos que componían Las Españas. Sin ella, esta historia que nos ha hecho sentir unos auténticos #turistaenmipaís nunca se hubiera podido contar. Eterna Juana.
J.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
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