Recuperar la memoria de un personaje histórico supone acudir a aquellos lugares en los que dejó impronta su huella. Sin embargo, se puede dar el caso de que esos espacios ya no formen parte del entorno, habiendo pasado a engrosar la lista del patrimonio desaparecido. Es el caso de Juana I de Castilla y el Palacio Real de Tordesillas, la cárcel de oro en la que vivió recluida durante casi medio siglo.
Este desaparecido monumento, cuyo origen se remonta al siglo XV y que fue demolido en el XVIII, fue actor protagonista de la Historia de España en el siglo XVI, mucho más que cualquier otro palacio o castillo de otra parte del país. ¿El motivo? En él vivió precisamente esta soberana que, alejada del gobierno, ya fuera por iniciativa propia o porque le privaron de ello, no dejó de ser hasta el final de sus días la auténtica y única reina propietaria de los reinos españoles, y quienes gobernaron lo hicieron siempre en su nombre, por lo que el Palacio Real en el que vivió fue un agente más de las intrigas y vaivenes políticos del momento.
La historia del Palacio Real de Tordesillas
Tordesillas siempre fue una villa por la que los monarcas castellanos medievales se interesaron. Cabe recordar que el actual Real Monasterio de Santa Clara, integrado en la red Patrimonio Nacional, tiene su origen en un palacio mudéjar construido en el siglo XIV por orden de Alfonso XI de Castilla y finalizado por su sucesor, Pedro I, quien encomendó a sus hijas la reconversión del mismo en convento, como así hicieron. Por ello, Tordesillas se quedó sin palacio en el que alojar a la Corte en sus visitas.

A principios del siglo XV, Enrique III de Castilla, de la dinastía de los Trastámara, siguió los pasos de sus antepasados y emprendió la construcción de una nueva residencia real en Tordesillas. El palacio, de planta rectangular, se levantó en el margen del río Duero, hacia donde estaba su fachada sur, continuando con la línea del propio Monasterio de Santa Clara. De este modo, se creaba un entorno en el que religión y poder político convivían de la mano.
En cuanto a su fisionomía, el palacio era de dos alturas, contaba con tres puertas de acceso y disponía de un corredor exterior que unía el edificio directamente con la cercana Iglesia de San Antolín. En su interior había dos patios y, como curiosidad, en el ala norte se encontraban las cocinas y, casualmente, hoy en día, esa calle recibe el nombre de Las Cocinas. Sobre las habitaciones en las que se alojó la reina Juana, estas daban al río Duero. Mucho se ha escrito sobre que podía ver desde su ventana el féretro de su esposo, pero lo cierto es que es físicamente imposible, ya que este reposaba en el altar mayor de la iglesia del Monasterio de Santa Clara. Una leyenda más que arrastra la soberana.

El Palacio Real de Tordesillas no era especialmente deslumbrante. Se levantó un edificio que seguía una línea sencilla y austera basada en la practicidad, construido con materiales muy básicos en mampostería y tapial. No hay que olvidar que la Corte medieval de Castilla era itinerante, por lo que no buscaban tener impresionantes palacios, además que iban trasladando con ellos los objetos y elementos que necesitaban durante sus estancias.
Los moradores del Palacio Real de Tordesillas
La Casa de Trastámara estuvo íntimamente ligada al Palacio Real de Tordesillas, ya que fue utilizado por todos los monarcas que pertenecieron a esta dinastía desde su construcción. Juan II de Castilla, sucesor del promotor de la residencia, se hospedó en varias ocasiones en él. De hecho, en 1453 nació en sus aposentos Alfonso de Castilla, hijo del mismo rey con su segunda esposa, Isabel de Portugal. Este infante es el mismo que acabaría viéndose sumido en el futuro en una trama de nobles por derrocar a su hermano mayor, Enrique IV, y cuya prematura muerte posibilitó que su hermana, la futura reina Isabel, reclamase sus derechos al trono. Pero esa es otra historia.

En el caso de los Reyes Católicos, se alojaron en el Palacio Real de Tordesillas en varias ocasiones. En 1475, Isabel La Católica esperó aquí el resultado de la Batalla de Toro, el final de la Guerra de Sucesión Castellana en la que fue confirmada como reina propietaria de Castilla por delante de su sobrina Juana, que ha pasado a la historia como La Beltraneja. Del mismo modo, la soberana preparó junto al rey Fernando en este mismo palacio la firma del Tratado de Tordesillas en 1494.

Hubo que esperar hasta 1509 para que el Palacio Real de Tordesillas volviera a situarse en el mapa político de Las Españas. Desde ese año y hasta 1555, esta residencia acogió la Corte de la reina Juana I de Castilla, quien había sido recluida en él por orden de su padre, el rey Fernando, una reclusión que fue confirmada y tolerada posteriormente por el Emperador Carlos V y el resto de sus hijos.
La reina Juana en el palacio de Tordesillas
Sin duda, la reina Juana es el principal personaje histórico que ha habitado en el desaparecido Palacio Real de Tordesillas. Muchos se preguntan cómo llegó a vivir en él durante nada más y nada menos que 46 años, aunque, para ser honestos, lo suyo fue una reclusión forzada, como ya hemos comentado. Tras la muerte de su esposo, el rey Felipe I de Castilla, acontecida en Burgos en septiembre de 1506, Juana preparó el traslado del cuerpo a Granada, donde el monarca decidió ser enterrado en sus últimas voluntades. El féretro había permanecido depositado en la Cartuja de Miraflores temporalmente, y desde allí comenzó un divagar por pueblos castellanos el 20 de diciembre de 1506. La reina Juana, una reina que huía de las tareas de gobierno, solo tenía ojos para las honras fúnebres de su difunto marido.

Finalmente, en marzo de 1509, su padre, el rey Fernando de Aragón, decidió recluir a su hija y soberana de Castilla en el Palacio Real de Tordesillas y ejercer él mismo la acción de gobierno. Se cumplía así el testamento de la reina Isabel, en el que dejó escrito que él debía asumir tal obligación en caso de que Juana no estuviera o no pudiera gobernar, hasta que su nieto Carlos alcanzara la edad de 20 años. Sin duda, el trasfondo de sus posibles problemas psíquicos marcaba el paso de su biografía.
El Palacio Real de Tordesillas vivió reformas para acoger a la reina Juana y su séquito. Hasta 1524, la soberana de Castilla y Aragón estuvo acompañada por su hija Catalina, nacida durante la travesía fúnebre, concretamente el 14 de enero de 1507 en la localidad palentina de Torquemada. Sin embargo, su hermano, el emperador Carlos V, decidió liberar a la joven de su cautiverio para que contrajera matrimonio con Juan III de Portugal, convirtiéndose en reina del país luso, afianzando de este modo los lazos entre ambas naciones. De este suceso es famosa la frase que la tradición afirma que la reina Juana dirigió a su hijo: “No tienes bastante con quitarme mi trono y mis joyas, sino que también quieres llevarte a mi Catalina”.

Lo cierto es que la frase anterior tiene una explicación. La magnífica Corte con la que la reina Juana llegó al Palacio Real de Tordesillas en 1509 en nada se parecía a la del final de sus días. La gran mayoría de las visitas familiares que recibió a lo largo de su reclusión fueron siempre interesadas y, en muchos casos, motivadas por intereses políticos. El tesoro con el que llegó a la villa vallisoletana fue mermando con los años, ya que sus familiares tenían por costumbre abandonar el palacio con las manos llenas. Solo conservó un cofre de joyas hasta días antes de su muerte, pero cuando falleció nada se sabía ya de estas alhajas, pues también desaparecieron.
El ocaso del Palacio Real de Tordesillas
A pesar de todo, el palacio sufrió reformas durante el período en el que la reina vivió en él. Por ejemplo, sobresalen las ampliaciones de las estancias en las que se solía alojar el emperador, las cuales tuvieron lugar en torno a 1542. No obstante, a la muerte de su principal moradora, el palacio, al igual que la memoria de la reina Juana, pronto caería también en el olvido. Felipe II o Felipe III se alojaron en alguna ocasión puntual y breve en esta residencia medieval. De hecho, este último monarca, que abrió el período de los Austrias Menores de nuestra historia, llevó a cabo nuevas reformas sobre el palacio, siendo el último rey que durmió en sus estancias, concretamente en 1601.

Los intentos por recuperar el palacio no dieron sus frutos y hay constancia de que en el siglo XVIII presentaba un estado total de ruina. Por ello, Carlos III decidió regalar el complejo a la villa de Tordesillas, con la condición de que lo demoliera y abriera en el solar una plaza pública. En 1773, comenzó su demolición, calculada en torno a 35.000 reales, un proceso que se extendió hasta 1783. En su lugar se puede disfrutar hoy en día de los Jardines de Palacio, que mantienen con su nombre el recuerdo de aquel portentoso monumento medieval que alojó a reyes, príncipes e infantes.

El único vestigio que se conserva del Palacio Real de Tordesillas es la puerta de las cocinas, integrada en otro inmueble en la esquina de la Calle Matilde Zorita con la de San Antolín, frente al Palacio de los Alderete, así como el hueco que dejó en la iglesia del mismo nombre el corredor que unía el templo con la residencia. No obstante, en las Casas del Tratado se puede contemplar una maqueta que recrea la arquitectura de esta residencia en la que la reina Juana estuvo recluida 46 largos años.
Recordando la historia de este palacio, se hace presente también la memoria de esta soberana a la que el destino ha relegado al plano de las artes o la literatura, obviando que fue una soberana de pleno derecho. Cuando visites Tordesillas y pasees por los Jardines de Palacio, te sentirás un auténtico #turistaenmipaís sabiendo que te encuentras sobre el solar que un día ocupó una de las residencias reales más importantes de la legendaria Corona castellana.
J.
REFENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
ZALAMA, M. Á. (2000). Vida cotidiana y arte en el palacio de la Reina Juana I en Tordesillas. Valladolid: Universidad de Valladolid
ZALAMA, M. A. (2010). Juana I: arte, poder y cultura en torno a una reina que no gobernó. Madrid: Centro de Estudios Europa Hispánica.
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