10 grandes mujeres que también han escrito la historia de España

Aunque el 8 de marzo se celebra el Día Internacional de la Mujer, una jornada en la que se conmemora la lucha por la plena igualdad efectiva entre mujeres y hombres en todos los ámbitos de la vida y la sociedad, lo cierto es que todos los días del año debería mantenerse el espíritu reivindicativo del conocido popularmente como 8M. Al revisar la historia de la Humanidad, nadie puede negar que los hombres se han adueñado de los acontecimientos del pasado, aunque también hayan sido escritos por mujeres que permanecen hoy silenciadas, lo que nos demuestra que aún queda mucho camino por recorrer. España no es ninguna excepción en esta tendencia.

Cuando pensamos en mujeres influyentes de la Historia de España, nos vienen a la mente figuras como la Reina Isabel I de Castilla, la pensadora Teresa de Jesús, o más recientemente la activista Concepción Arenal. Sin embargo, hay otros muchos nombres que también deberían formar parte de los libros, pero cuyo legado continúa formando parte de un silencioso segundo plano. No obstante, instituciones como Patrimonio Nacional o el Museo del Prado han comenzado a realizar iniciativas en los últimos años para paliar esta triste situación, destacando, por ejemplo, la exposición «La Otra Corte» sobre las mujeres de la Casa de Austria.

Juana I es una de las Reinas de la historia española que permanecen en el olvido. Fuente: Museo Nacional de Escultura

La Historia española está repleta de grandes mujeres que marcaron un hito en su época, pero cuya huella se ha diluido con el paso del tiempo, hasta caer en el olvido. Reinas, artistas, escritoras, enfermeras o pensadoras a las que se pasa por alto, pero a las que se les debe su legítimo lugar. Las 10 mujeres que vamos a recordar a continuación son grandes ejemplos de ello, de entre los cientos que podríamos destacar. Por ellas, por vosotras, por todas.

Urraca I de León (1081-1126)

Reinas propietarias ha habido muy pocas en la historia de Europa, pero la primera que ostentó este título por derecho propio fue una infanta leonesa que tuvo que hacerse un hueco en un mundo de claro carácter masculino, y lo consiguió. Ante la ausencia de heredero varón, Urraca de León sucedió a su padre, Alfonso VI, en 1109. Cuando todavía era la segunda línea de sucesión, antes de la muerte de su hermano Sancho, Urraca contrajo matrimonio con Raimundo de Borgoña, por puro interés estratégico, de cuya unión nació el futuro Alfonso VII. Tras enviudar, y antes de la muerte de su padre, se le impuso un nuevo enlace, en este caso con Alfonso I de Aragón. Una peón de ajedrez que estaba llamada a ser la reina del tablero.

Detalle de un retrato romántico de la Reina Urraca I de León. Fuente: Museo del Prado

Las crónicas de la época han dejado constancia de las desavenencias del matrimonio de Urraca I de León y Alfonso I de Aragón. La Reina tuvo que enfrentarse a los maltratos de su marido, refugiándose en el Monasterio de Sahagún para alejarse de él. El matrimonio fue disuelto por la Santa Sede, y Urraca jamás volvió a compartir el poder con ningún consorte. La Soberana leonesa gobernó siempre de forma independiente, pasando a la historia como La Temeraria. Sus enemigos trataron de derribarla por su condición de mujer en numerosas ocasiones, pero ella afrontó su destino y gobernó sus reinos hasta el fin de sus días. Urraca I de León, la primera Reina titular de la historia de Europa, descansa en el Panteón Real de León.

Luisa de Medrano (1484-1527)

Beatriz Galindo, La Latina, no solo es conocida por dar nombre a uno de los barrios más populares de Madrid, sino también porque es una de las mujeres que han conseguido mantener su legado a través del tiempo, aunque tampoco le ha resultado fácil. Otra de las humanistas más destacadas de finales del siglo XV y principios del XVI fue Luisa de Medrano, aunque su recuerdo no ha corrido la suerte de La Latina y permanece en ese ala del olvido de la historia. La escasez de fuentes documentales o la destrucción de muchos de sus escritos durante el reinado de Carlos I hacen complicado esbozar una biografía sobre ella. No obstante, quedan datos suficientes sobre la que es considerada la primera mujer que dio clases en una universidad.

Detalle de un retrato atribuido a Luisa de Medrano, ca. 1530. Fuente: Wikimedia

Pocas son las fuentes que se conservan y que demuestran que, aunque no se pueda afirmar que fuese catedrática de la Universidad de Salamanca, sí que dio clases de gramática en sus aulas, algo inédito en aquel momento, tal y como recoge el «Cronicón» de Pedro de Torres al afirmar que el 16 de noviembre de 1508 la hija de Medrano leyó en la Cátedra de Cánones. En 1514, el italiano Lucio Marineo Sículo elogió a Luisa de Medrano al situarla por encima de todos los hombres, gracias a que se preocupó por los libros, en vez de por la lana, por la pluma, en vez de por la aguja. Una mujer que hoy definirían como empoderada de la que se sabe poco, pero lo suficiente para que se le devuelva su lugar en la historia.

María Pacheco (1497-1531)

El movimiento comunero que puso en jaque al Emperador Carlos V es uno de los acontecimientos más importantes del siglo XVI, cuyo alcance todavía hoy se sigue estudiando, cuando se cumplen más de 500 años desde que comenzó el levantamiento. Aunque los tres principales cabecillas, es decir, Juan de Padilla, Juan Bravo y Francisco Maldonado, son las principales figuras, la historia ha silenciado la intervención femenina de la Guerra de las Comunidades de Castilla, representada por María Pacheco. Su actuación y resistencia en Toledo se mantuvo hasta el fin del conflicto, a pesar de que tuvo que enfrentarse a la ejecución de su esposo, Padilla.

Detalle de «Doña María Pacheco después de Villalar». Fuente: Museo del Prado

Aunque se crea que el levantamiento comunero finalizó tras la Batalla de Villalar y la decapitación de sus tres líderes, el valor de María Pacheco fue el que mantuvo vivo la que algunos autores han definido como la primera revolución moderna de la historia. La Leona de Castilla, como determinados textos la conocen, se asentó en Toledo, concretamente en el Alcázar, y trató de resistir a las tropas del Emperador Carlos V, frente a muchas voces que propugnaban capitular. María Pacheco creía en la causa comunera, creía en ella, y su recuerdo se ha diluido en el tiempo, pero el espíritu comunero no se entendería sin ella. Sobre su final, murió en 1531 en Portugal, donde había partido al exilio.

Beatriz Bernal (1501/1504-1562/1586)

Miguel de Cervantes, Lope de Vega, Francisco de Quevedo, Gustavo Adolfo Bécquer o Antonio Machado son algunos de los escritores más sublimes de la literatura española, pero, ¿dónde están las mujeres de la pluma y la tinta? Para poner de manifiesto el silencio al que han sido sometidas las creadoras a lo largo de los siglos, recuperamos la memoria de Beatriz Bernal, la primera novelista de la historia de España. Tal es el papel secundario al que se han visto abocadas las figuras femeninas, que no se conoce ni la fecha exacta de nacimiento o fallecimiento de esta escritora natural de Valladolid, ni tampoco imágenes o retratos, algo que no ocurre con los grandes nombres masculinos de la literatura.

Iglesia de San Pablo de Valladolid, representada en un azulejo del Palacio Pimentel. Fuente: Wikimedia

Beatriz Bernal se sumó al estilo de la novela caballeresca y publicó «Don Cristalián» en 1545, aunque firmó como una señora de Valladolid. Hay que esperar hasta la edición de Alcalá de Henares en 1586 para conocer quién era la figura anónima que se escondía detrás de las cerca de 600 páginas de esta obra que incluía multidud de personajes femeninos, como heroínas que deciden correr aventuras o mujeres que deciden permanecer solteras sin que nadie las juzgue por ello. Sin duda, Beatriz Bernal marcó un antes y un después con estas novedades revolucionarias para la época. Su novela gozó de tal éxito que llegó a traducirse al italiano y publicarse en Venecia. Sus restos descansan en algún lugar de la vallisoletana Iglesia de San Pablo, donde fue sepultada.

Juana de Austria (1535-1573)

Siempre que se habla de los Austrias españoles, ya se trate de los Mayores (Carlos I y Felipe II) o los Menores (Felipe III, Felipe IV y Carlos II), es en referencia a sus figuras masculinas. Sin embargo, se pasa por alto en muchas ocasiones a las mujeres de esta dinastía, cuyas actuaciones también marcaron el devenir de la historia de España, una huella que, en algunos casos, todavía es visible en nuestro entorno. Uno de los nombres femeninos más importantes de esta familia fue Juana de Austria. Hija de Carlos I e Isabel de Portugal, vivió a la sombra del poderío de su padre primero, el Emperador, y después de su hermano, el Rey Prudente, aunque acabó marcando su propio camino.

Detalle de un retrato de Juana de Austria, efectuado por Sánchez Coello. Fuente: Patrimonio Nacional

Juana de Austria fue casada con el príncipe Juan Manuel, heredero de Portugal, una unión que por vicisitudes del destino fue crucial para la futura unión dinástica entre el país luso y Las Españas en la figura de Felipe II. Tras enviudar, regresó a su país de nacimiento por orden de su padre y asumir temporalmente la regencia de los reinos españoles, ocupando un poder en aquel momento muy limitado a las mujeres.

Sin embargo, si por algo es recordada Juana de Austria es por la fundación del Monasterio de las Descalzas Reales, que se convirtió en el refugio femenino de la Casa de Austria en Madrid, rivalizando con el gran proyecto de su hermano, Felipe II, en el Monasterio de El Escorial. Su religiosidad le llevó también a querer ingresar en la Compañía de Jesús, solo reservada para hombres. No obstante, Juana de Austria no dudó en transgredir sus normas y hacerse pasar por Mateo Sánchez, seudónimo que utilizó para acceder a esta orden, siendo la única mujer jesuita que ha habido en la historia.

Catalina de Erauso (1592-1650)

La llegada de España al continente americano a partir de 1492 y la actuación de quienes lideraron las empresas del Nuevo Mundo es uno de los debates más candentes en los últimos años. Siempre se sitúa la lupa en los descubridores que hicieron carrera en el continente, entre los que podemos destacar a Francisco Pizarro, Hernán Cortés o Diego Almagro, pero no en la acción de las mujeres que también participaron activamente, que las hubo. Catalina de Erauso es una de ellas, cuya historia, con bastantes más sombras que luces, es digna de la gran pantalla. Lope de Vega hizo lo propio con el teatro y compuso «La monja Alférez», el sobrenombre con el que todavía hoy se conoce a esta mujer que se tuvo que esconder detrás de numerosos nombres masculinos, identidades ficticias que le permitieron embarcar al otro lado del Atlántico.

Retrato de Catalina de Erauso, atribuido a Juan van der Hamen, ca. 1626. Fuente: Wikimedia

Nacida en San Sebastián e hija del capitán Miguel de Erauso, Catalina y sus tres hermanas fueron internadas en un convento cuando ella solamente contaba cuatro años. Mostró su rebeldía al escapar del cenobio con 15 años, y pronto empezó su periplo, ocultándose disfrazada detrás de la figura de Francisco de Loyola. Robos y violencia marcan su biografía, una figura femenina muy controvertida del Siglo de Oro español que hizo carrera en el Nuevo Mundo bajo el nombre de Alonso Díaz Ramírez de Guzmán.

Tras verse envuelta en multitud de delitos, Catalina de Erauso acabó relevando su verdadero ser, regresando a España en 1624. Se convirtió en una celebridad, hasta el punto de ser entrevistada por Felipe IV y el Papa Urbano VIII. Aunque esta figura femenina no es ningún ejemplo ni referente social por los asesinatos que cometió a lo largo de su vida, tal y como ella misma confesó en sus memorias, aún para poder desarrollar su sombrío destino tuvo que esconderse detrás de una identidad masculina ficticia. Con eso nos quedamos.

Luisa Roldán (1652-1706)

Si antes hablábamos del silencio y el segundo plano que ocupan las mujeres escritoras de nuestra historia, lo mismo ha ocurrido con otras profesiones similares, como el arte. Si pronunciamos el nombre de Gregorio Fernández, posiblemente a todos nos vengan a la cabeza algunas de sus obras, especialmente los pasos de Semana Santa, pero es muy probable que no nos ocurra lo mismo con el de Luisa Roldán, que ha pasado a la historia como La Roldana. Se trata de la primera escultora registrada y reconocida de España, y trabajó en las cortes de Carlos II, último Austria, y Felipe V, primer Borbón.

Retrato imaginario de Luisa Roldán

La obra de Luisa Roldán goza de un reconocimiento internacional mucho más profundo del que tiene en España. Su principal legado a la historia del arte se aprecia en las piezas de imaginería barroca, de clara influencia andaluza, de donde era natural, concretamente de Sevilla. Tras su paso por Cádiz, se trasladó a Madrid, donde finalizó sus días. Muchas de sus obras fueron atribuidas a su padre, Pedro Roldán, y a otros escultores, pero afortunadamente el estudio historiográfico ha permitido que esta insigne escultora obtenga el reconocimiento que merece, aunque todavía no sea pleno y haya que seguir trabajando para concedérselo.

Isabel Zendal (1773)

En pleno siglo XXI, el mundo entero ha tenido que enfrentarse a una pandemia que nos ha vuelto a conectar con la ciencia, confirmando lo fundamental que es la inversión en investigación y desarrollo. Sin embargo, no solo es importante preocuparnos por el futuro, sino también del pasado, estudiando las figuras que han conseguido que lleguemos a este nivel de avance. La humanidad ha tenido que enfrentarse previamente a otras pandemias, y una mujer española contribuyó a erradicar una de ellas en todo un continente a comienzos del siglo XIX. Isabel Zendal, una enfermera de origen gallego y familia humilde, fue la llave con la que se puso fin a la viruela en América y Filipinas.

Monumento homenaje a la Expedición Filantrópica de la Vacuna en la participó Isabel Zendal, en La Coruña. Fuente: Grecia Marrón

Durante el reinado de Carlos IV, que había perdido precisamente una hija por la propia viruela, se autorizó la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna, la primera misión de ayuda humanitaria de la historia cuya finalidad fue acabar con esta enfermedad en todos los territorios de Las Españas situados más allá del Atlántico. La vacuna existía, pero no sabían como transportarla. El médico Francisco Javier Balmis, que abanderó la expedición, propuso trasladarla inoculada en 22 niños gallegos de La Coruña, cuyo suero serviría para inmunizar a la población. Y así se hizo. Partieron el 30 de noviembre de 1803 en la nave María Pita. Isabel Zendal iba en esa expedición.

Grabado de la nave María Pita, ejecutado por Francisco Pérez. Fuente: Wikimedia

Aunque su nombre forma parte de la actualidad española desde que comenzase la pandemia del COVID-19, Isabel Zendal es una figura femenina clave de nuestra historia, no solo el nombre del hospital para emergencias sanitarias que se ha construido en Madrid. Sin embargo, como otras tantas mujeres que marcaron un hito en su tiempo, falleció sin el reconocimiento debido, sin ni siquiera conocer la fecha de su deceso, y sin ocupar el merecido lugar que merece. Ella fue la enfermera que se encargó de los 22 niños, entre los que se encontraba su hijo Benito, durante la expedición y, por ello, la OMS reconoce que Zendal es la primera enfermera de la historia en misión internacional, una misión que logró inmunizar a miles de personas y puso fin a una terrible pandemia.

María Isabel de Braganza (1797-1818)

El Museo Nacional del Prado es visitado cada año por miles de personas, pero pocos son los que se percatan o llegan a saber que el origen de esta importante institución cultural se encuentra en una acertada decisión de una mujer. Nacida en Portugal, su vinculación con España se debe a que en 1816 contrajo matrimonio con Fernando VII, convirtiéndose en reina consorte. Sin embargo, su llegada a Madrid no fue fácil y tuvo que afrontar burlas e insultos por parte del pueblo, siendo tachada de fea y pobre. Aquella mujer fue María Isabel de Braganza, quien se antepuso a la adversidad y supo apreciar la riqueza cultural del nuevo país que tan mal la acogió.

María Isabel de Braganza, fundadora del Museo del Prado. Fuente: Museo del Prado

Aunque habían sido varias las voces que previamente se habían interesado por fundar una pinacoteca ligada al patrimonio real, María Isabel de Braganza fue la verdadera impulsora del Real Museo de Pinturas, denominación primitiva con el que se conoció al actual Museo Nacional del Prado. Algunas fuentes apuntan que la idea de exponer parte del tesoro artístico de la Corona partió de la reina, pero por la influencia del propio Goya, con la idea de aprovechar obras que se encontraban almacenadas en los sótanos de El Escorial. No podemos olvidar tampoco que gracias a María Isabel de Braganza las mujeres pudieron comenzar a formarse en la Academia de San Fernando.

El destino quiso que la fundadora de una de los museos más importantes del mundo no viera culminada su obra y sueño, al ser inaugurado el 19 de noviembre de 1819. María Isabel de Braganza había fallecido el 26 de diciembre de 1818 en el Palacio Real de Aranjuez, como consecuencia del complicado parto de su segunda hija. Su terrible final recuerda a su complicada llegada a España, aspectos que forman también de su biografía, en la que el Museo Nacional del Prado es el verdadero protagonista. Gracias, Majestad, por el gran museo que nos legasteis.

Dolores Aleu Riera (1857-1913)

Antes hablábamos de la pandemia y de la figura de Isabel Zendal, aunque no es la única mujer relacionada con los servicios de salud que merece estar en esta lista. No hay que olvidar que, actualmente, el sector sanitario es el más femenino de todos los de España, por lo que son ellas las que más han contribuido a tratar de superar la crisis COVID-19. Sin embargo, y como se diría coloquialmente, hasta antes de ayer las mujeres no podían ejercer profesionalmente y con todas las garantías y reconocimientos debidos.

Dolores Aleu en su despacho. Fuente: La Vanguardia

Dolores Aleu Riera es la primera mujer que obtuvo el título de doctora, el 6 de octubre de 1882, y que además ejerció la profesión con consulta propia en Barcelona durante un cuarto de siglo, estando especializada en Ginecología y Pediatría. Junto a ella, también es justo reivindicar las figuras de María Elena Maseras y Martina Castells, ya que son las tres primeras mujeres que estudiaron Medicina en la universidad. Maseras optó por la enseñanza, mientras que Castells falleció antes de poder ejercer, destacando que se doctoró solo dos días antes que Dolores Aleu. A todas, gracias por iniciar el camino, la sanidad española os debe mucho.

Gracias Urraca, Luisa, María, Beatriz, Juana, Catalina, Roldana, Isabel, María Isabel, Dolores y tantas otras mujeres de la historia de España que también habéis contribuido a escribir nuestro pasado, haciéndoos un hueco en un mundo del que los hombres se adueñaron. Vuestras historias son el ejemplo de que la desigualdad ha estado siempre ahí, y que no hay mejor forma de rendiros homenaje que luchando para cambiar este rumbo y alcanzar la igualdad plena y efectiva. La historia se estudia y se revisa para evitar que cometamos nuevamente los errores del pasado. Recuperando vuestra memoria, construimos también futuro, y, por supuesto, nos ayudáis a sentirnos #turistaenmipaís. Por todas vosotras.

J.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

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