La Semana Santa es una de las tradiciones populares más importantes de España. La riqueza y la variedad cultural con la que cuenta el país se refleja también en las diferentes celebraciones que se desarrollan por toda su geografía durante los días en los que los cristianos recuerdan la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo. Las procesiones son el elemento principal de la Semana Santa española. Estos cortejos no se entenderían sin las imágenes que salen a las calles para hacer manifestación pública de fe. De entre las diversas advocaciones que podemos encontrar de Cristo y la Virgen María, en lo que respecta a esta última cabe destacar la de La Soledad, que evoca la desolación de la madre que ha perdido al hijo, muerto en la cruz.
La imaginería religiosa se ha servido de los pasajes de las Sagradas Escrituras para, a través del arte, narrar los principales acontecimientos que en ellas tienen lugar. España es uno de los países de la Cristiandad en los que más intensamente se ha desarrollado todo ello, con grandes escultores, y también escultoras, que ocupan un lugar privilegiado en la Historia del Arte y cuyo legado está presente en altares o vitrinas de museos de todo el país, e incluso fuera de nuestras fronteras. Uno de los primeros nombres fue el del andaluz Gaspar Becerra, que desarrolló su obra durante el Renacimiento.

La herencia de Gaspar Becerra está repartida por diversos puntos de España, y en algunos casos se ha perdido fruto de guerras o expolios, lo que ha provocado que su nombre se haya visto eclipsado por otros imagineros posteriores. Sin embargo, a Becerra la Semana Santa de España le debe mucho, ya que fue el artista que trazó el primer modelo y representación de la advocación mariana de La Soledad de la Virgen, marcando una pauta que se repitió después por otros escultores en todo el país y que todavía hoy vemos cada Semana Santa en andas, tronos y carrozas de multitud de cofradías. Sin embargo, aquella primitiva obra que tanta devoción despertó se perdió durante la Guerra Civil. A continuación, descubrimos su historia.
El origen de la advocación a La Soledad
Aunque la advocación y representación escultórica de Nuestra Señora de la Soledad tiene un origen español, desde un punto de vista teórico sus raíces se encuentran en el último de los Siete Dolores de la Virgen. De acuerdo con la tradición, a comienzos del siglo XIV la Virgen se manifestó a través de Santa Brígida y reveló al mundo sus siete dolores a través de siete espadas clavadas en su corazón, haciendo alusión a siete pasajes duros de su vida al lado de su hijo, Jesucristo. Por su parte, la Orden de los Servitas fue la encargada de extender la meditación y el recogimiento en torno a los Siete Dolores de la Madre de Dios, cuya festividad del 15 de septiembre fue oficialmente impuesta por el Papa Pío VII en 1815, sin olvidar el recuerdo del Viernes de Dolores previo al Domingo de Ramos.

El séptimo dolor hace alusión al entierro de Cristo en el sepulcro, que se traduce precisamente en la soledad de la Virgen María, recordando el calvario vivido por su hijo y esperando su gloriosa resurrección. Dada la extensión que se produjo de la devoción a Nuestra Señora de los Dolores de la mano principalmente de los Servitas, es posible confundir su iconografía con la de la Soledad. Esta última se caracteriza por representar a una Virgen que es viuda y madre, caracterizada por el luto y la serenidad en su mirada, alejada del dolor y la mirada rasgada de los siete puñales que atraviesan a la Dolorosa.
Isabel de Valois (1545-1568) contrajo matrimonio en 1559 con Felipe II, en cumplimiento del Tratado de Cateau-Cambrais que asentó la paz entre Las Españas y Francia. Era tan solo una niña de trece años cuando cruzó la frontera de los Pirineos para comenzar una nueva vida al lado del Rey más poderoso de todo el mundo en aquel momento. El monarca decidió que la Condesa viuda de Ureña se convirtiera en la camarera mayor de su joven esposa, un personaje que también forma parte de la historia de La Soledad de Becerra. Entre su ajuar, Isabel de Valois trajo consigo un cuadro en el que se representaba Las Angustias y Soledad de la Virgen, arrodillada y rezando ante la cruz desnuda.

Isabel de Valois era firme defensora de la Orden de los Mínimos, fundada por el francés San Francisco de Paula en el siglo XV, cuyo primer convento español fue establecido en Málaga tras la conquista de la ciudad por parte de los Reyes Católicos. La Reina de origen francés intervino para que se fundase en el actual entorno de la Puerta de Sol un nuevo cenobio, constituyéndose en 1561 el Convento de Nuestra Señora de la Victoria. Visitando un día uno de los frailes a la esposa de Felipe II, se interesó por el cuadro que representaba a la Virgen en su Soledad, solicitándoselo para situarlo en el altar mayor de la iglesia conventual. Sin embargo, la Reina le tenía mucho aprecio, por lo que decidieron que encargarían una copia, pero que sería escultórica, de bulto, que permitiera también su salida en procesión.

La Reina optó por Gaspar Becerra, artista que llevaba al servicio de Felipe II desde 1562 trabajando en la decoración de los Sitios Reales y que había ejecutado de forma magistral el retablo de la Catedral de Astorga. Además, tenía contacto con la Orden de los Mínimos, ya que él mismo había adquirido una capilla funeraria en el recién fundado Convento de la Victoria. Fue entonces cuando el genio nacido en Baeza se puso a trabajar en uno de los encargos que, sin saberlo, establecería una iconografía completamente nueva y eterna en el seno de la tradición cristiana de España, concretamente de la Semana Santa.
Así era La Soledad de Becerra
Becerra realizó un total de tres intentos hasta que consiguió esculpir la talla que satisfizo a Isabel de Valois. Cuenta la leyenda que una voz divina le dijo en un sueño que utilizase un tronco de madera de roble que ardía en la chimenea para ejecutar el encargo solicitado. Así lo hizo y el artista al fin consiguió el aprobado de la Reina. Además, decidió que él mismo llevaría a cabo la policromía de la imagen. Se trataba de una escultura de candelero, arrodillada y con las manos entrecruzadas en el pecho, en actitud orante. Su cabeza ladeada era una de sus principales señas de identidad, destacando también el largo rosario que colgaba de su cuello. Del mismo modo, dejaba a un lado la corona, optando por la aureola.

Diversos autores apuntan a que María de la Cueva, Condesa viuda de Ureña, que como hemos comentado era la camarera mayor de la Reina, fue la que propuso vestir a la Virgen con sus propias ropas de viuda castellana. Esta noble, que había nacido en el castillo de Cuéllar y era hija del II Duque de Alburquerque, había quedado viuda en 1558, y su decisión fue determinante para configurar definitivamente la talla de La Soledad de Becerra. No obstante, cabe destacar que tablas flamencas ya venían representando a la mater dolorosa con ropajes negros de luto desde hace tiempo, aunque este gusto saltó del óleo a la escultura.

En septiembre de 1565, la Virgen de la Soledad fue entregada al Convento de la Victoria de Madrid, en una ceremonia en la que algunas fuentes apuntan que asistió la propia Isabel de Valois, además de Juana de Austria, hermana de Felipe II. Desde entonces, la devoción en torno a ella se fue incrementando. De hecho, se convirtió en una de las protagonistas indiscutibles de la Semana Santa madrileña, cuya procesión de Viernes Santo tenía por destino el antiguo Alcázar. Por todo ello, el 21 de mayo de 1567 se decidió fundar la Cofradía de Nuestra Señora de la Soledad y Angustias en el propio Convento de la Victoria, con Isabel de Valois como Hermana Mayor. Comenzaba una devoción imparable que cruzaría fronteras.

Muchos se estarán preguntando qué fue de las otras tallas que esculpió Gaspar Becerra antes de dar con la definitiva. Las restantes imágenes que realizó se guardaron en el convento madrileño. No obstante, recientes estudios apuntan que una de ellas no se perdió, habiéndose atribuido a Becerra la autoría de Nuestra Madre y Señora de la Soledad, de El Puerto de Santa María (Cádiz). Debió llegar en torno a 1637, colocándose en el también Convento de la Victoria, regentado por los mínimos. Todavía hoy continúa procesionando cada Semana Santa por las calles de esta localidad.
La Soledad de la Victoria, iconografía universal
La devoción a la Virgen de la Soledad del Convento de la Victoria creció exponencialmente, en gran medida porque comenzó a ganar fama milagrera. Esto también fue uno de los motivos por los cuales se decidió emprender la construcción de una capilla propia en la iglesia conventual para dar culto a la talla. Este espacio fue finalizado e inaugurado en 1611, mientras que cincuenta años más tarde se encargaría el gran retablo barroco en el que se colocó la imagen de la Soledad de Becerra. El ático estaba coronado por una pintura de Francisco Rizi, en la que se representaba a Cristo en el sepulcro, la cual acompañaba a la perfección el tema de la soledad y el dolor de la Virgen María tras la muerte de su hijo.

La devoción por La Soledad de la Victoria explica que comenzaran a desarrollarse copias y réplicas de la talla original. Tanto en escultura como en pintura, proliferaron en Madrid representaciones de la obra que había realizado Becerra, algunas de ellas llegando a tener su propio grupo de fieles. Destacan especialmente las numerosas pinturas de la Soledad que se exponían en portales de diversas calles de la ciudad, y, de entre todas, la de la Calle de la Paloma, que llegó a ser conocida como Virgen de la Paloma y que, a día de hoy, es considerada por muchos como la patrona popular de la villa, cuya verbena reúne cada 15 de agosto a cientos de madrileños.

La iconografía de la Virgen de la Soledad de la Victoria superó las fronteras de Madrid. Las réplicas se situaron en los diversos conventos de la Orden de los Mínimos que se fundaron en España, donde siempre había una capilla dedicada a La Soledad. No obstante, no se limitaron solamente a estos cenobios, sino que estuvieron presentes en otras iglesias, ligadas a cofradías que daban testimonio público de la fe por la Madre de Dios en su séptimo dolor, en su soledad. Por ejemplo, en 1585 ya se había fundado en Cuéllar (Segovia), y ligada a la Casa Ducal de Alburquerque, la Cofradía de Nuestra Señora de la Soledad. Cabe recordar que en esta villa había nacido María de la Cueva, Condesa de Ureña que había propuesto vestir a la Soledad de Becerra de viuda veinte años antes. La talla cuellarana sigue a la perfección el prototipo del modelo del Convento de la Victoria.

Asentada la devoción en España, su iconografía se extendió a otras partes de Sudamérica, donde se conservan diversas pinturas de la propia Virgen de la Soledad de la Victoria que nos permiten conocer cómo era la talla de Gaspar Becerra. No podemos olvidar tampoco la Virgen de la Soledad de Amberes, ubicada en una hornacina en la Calle Pieter Van Hoboken. Se trata de una escultura de madera inspirada en la que la Infanta Isabel Clara Eugenia, hija de Felipe II e Isabel de Valois, se llevó consigo a Países Bajos cuando contrajo matrimonio con Alberto de Austria.
La desaparición de La Soledad de la Victoria
La devoción por Nuestra Señora de la Soledad continuó creciendo y expandiéndose por España, Sudamérica y Europa conforme los siglos avanzaban. Sin embargo, la historia de la talla de Gaspar Becerra del Convento de la Victoria se detuvo en 1809. Con la invasión de los franceses y la decisión de José Bonaparte de suprimir las órdenes religiosas, los Mínimos tuvieron que abandonar su casa de Madrid. Por su parte, la escultura de la Virgen abandonó su histórica capilla y pasó a la Real Colegiata de San Isidro. Desde allí, regresó en 1813 a su ubicación original, aunque no por mucho tiempo.

La Virgen de la Soledad tuvo que regresar en 1837 a la Real Colegiata de San Isidro. El Convento de la Victoria se vio afectado por la desamortización y fue demolido, al igual que el resto de conventos que se encontraban en la Puerta del Sol. La talla de Becerra continuó recibiendo a sus devotos y partiendo en procesión cada Semana Santa desde su nueva capilla hasta el Palacio Real. Sin embargo, con el estallido de la Guerra Civil, la colegiata consagrada al patrón de Madrid fue incendiada y, de entre los desperfectos y las pérdidas que las llamas se cobraron, estuvo la histórica Soledad de la Victoria. Desapareció para siempre la joya de la Semana Santa madrileña, la talla verdadera tantas veces replicada en cuadros y esculturas por todo el orbe de la Cristiandad y que marcó un antes y un después de la imaginería española.

Después de haber descubierto la historia sobre la iconografía de Nuestra Señora de la Soledad, posiblemente cada vez que contemplemos una procesión de Semana Santa protagonizada por una Virgen ligada a esta advocación la miremos con distintos ojos. Las tradiciones, al igual que el patrimonio, evolucionan, pero conocer sus orígenes siempre resulta fascinante.
Isabel de Valois, Gaspar Becerra y la Condesa viuda de Ureña establecieron un nuevo prototipo mariano en Madrid, una ciudad que, aunque a día de hoy no destaca por su Semana Santa, aportó una de sus representaciones más extendidas en toda España, Sudamérica y varios puntos de Europa. Historias como la de La Soledad de Becerra nos hacen sentir unos auténticos #turistaenmipaís, recordando nuevamente lo fundamental que es conservar nuestro patrimonio, cuya pérdida implica también la erradicación de nuestra memoria pasada.
J.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
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4 comentarios sobre “La desaparecida Virgen de la Soledad de Gaspar Becerra, origen de una iconografía propia de la Semana Santa española”